”Camaleón”, Rubén Blades, cantante panameño de salsa, en su disco de salsa «Caminando» de 1991.
El diccionario de la RAE contiene unas 94.000 palabras, según la edición. Entre ellas, escondidas, hay un tesoro de palabras hermosas usadas para el amor, la poesía, la guerra y la infamia. Se me vienen a la mente docenas de ellas, me encantan, entre otras, chocolate, abrigo, candor, cascabel. Y podría seguir con efímero, penumbra, ocaso y muchas más. Hoy quiero destacar dos palabras en este Finisterre: camaleón y soberanía. Camaleón por hermosa y polivalente, y soberanía por pretenciosa, egoísta, excluyente y decadente.
La zoología nos revela que el camaleón es un pintor efímero de sí mismo, capaz de fundirse con su entorno a través del asombroso arte del cambio de color. Esta habilidad le permite no solo ocultarse de sus depredadores, sino también expresar sus emociones y adaptarse a las fluctuaciones de su entorno. Y Rubén Blades, artista íntegro desde siempre, martillaba con su salsa antigua ”Camaleón”, así:
”Qué es lo que pasa, camaleón
Que tú ves que tu maldad no me hace daño
Qué es lo que pasa, camaleón
Que aunque trate de pararme, sigo fuerte cada año”.
Ahora, intuyo que la palabra ”soberanía” es como un camaleón lingüístico: cambia de color y forma dependiendo del contexto y el personaje. Y son los políticos, adaptando la palabra a su conveniencia, como el animal que nos sirve de metáfora, quienes se la han apropiado de forma engañosa y perturbadora. Mientras los economistas, los empresarios, tratan de distinguir entre el camaleón y el paisaje, entre el animal y sus verdaderos deseos, ellos siguen con su propia versión, sin cambiar de color.
De uso común en el medioevo, natural para los Reinos y Estados, en los albores – palabra linda- de la democracia, ahora ”soberanía” la usa Trump en Estados Unidos desde la ultraderecha, Maduro en Venezuela desde la dictadura, López Obrador en México desde el cinismo, Xiomara Castro en Honduras desde la narcodemocracia y aún Xi Ping en China y Putin en Rusia desde su totalitarismo. Curioso y lógico, por lo menos: todos ellos esgrimen la palabra soberanía, pues se sienten reyezuelos en sus territorios.
Mientras que Trump la invoca para justificar sus políticas aislacionistas y promete cerrar fronteras, China la utiliza como herramienta para justificar su ascenso global. Patéticamente, López Obrador la usa para tapar su obsequencia –por no decir reverencia- con el crimen organizado y su extraña predilección por el Cártel de Sinaloa y Xiomara Castro la utiliza para derogar la ley de extradición vigente y que ha sido tan efectiva, para proteger a su familia y a su querido cuñado ex Secretario del Congreso Nacional, captado en conversaciones recibiendo dinero de narcotraficantes.
La soberanía, en última instancia, es un concepto flexible –camaleónico- que se adapta a los intereses de cada cual. Solo que ya nos dimos cuenta del engaño. ”Ellos te enseñan la cara, no te muestran el corazón” dice Blades. Y pensar que todavía, a estas alturas del acceso a la información, hay personas de buena fe que engañadas por la palabreja ”soberanía”, siguen y aplauden a cualquier advenedizo envuelto en un trapo de colores.
Y ese desgaste, y uso sesgado de la palabra ”soberanía” no solo pasa en algunas de nuestras tristes repúblicas bananeras, empezando por México y llegando a Bolivia: la Cataluña de Gaudí y Serrat, la Cataluña donde dí mis primeros pasos escribiendo libros para niños maravillosamente ilustrados por Jordi Busquets, catalán si los hay, esa Cataluña europea, global, empresarial, ahora se envuelve en su bandera – la señera- aúllando proclamas independentistas y extorsionando a la España real, renegando de sus orígenes ibéricos, buscando réditos espúreos, y eso sí, dinero, mucho dinero. Camaleones mexicanos, hondureños, colombianos, catalanes, hay para montar todo un zoológico.
”Aunque tú cambies de color
Yo siempre sé por dónde vienes Yo te conozco, camaleón
Lo que te está volviendo loco
Es que tú has visto poco a poco
Que tu maldad no me hace daño”.
Y es que los poetas y artistas como Blades, o como los Simpsons, nos alertan del futuro y nos abrigan contra la mentira y el engaño. Escrita en 1991, la canción es la metáfora de aquellos que cambian para adaptarse o manipular situaciones a su favor, y tratan de que nosotros comamos engaño…
”Qué es lo que pasa, camaleón
Yo vivo, vivo, vivo, vivo de la verdad
Y tú comiendo del engaño
Qué es lo que pasa, camaleón
A donde yo vaya, tres guerreros van conmigo
Qué es lo que pasa, camaleón
Ellos protegen mi espalda”.
La zoología indica que algunos camaleones cambian de color para comunicarse con otros de su especie, por ejemplo, para atraer a una pareja y que solo viven entre 5 y 15 años. Ya los conocemos camaleones: no nos engañan con su larga lengua, pegajosa y bífida. No nos engañan con su discurso vacío de monarcas medievales. Su maldad ya no nos hace daño. Su tiempo se acorta. No nos arrastra.
”Ten cuidado con el camaleón
Aprende a reconocerlo aunque cambie de color Ten cuidado con el camaleón
No me arrastra tu corriente, porque no soy camarón
Ten cuidado con el camaleón”.
Mencionaba al inicio de este Finisterre palabras hermosas como efímero, penumbra y ocaso. Palabras que nos recuerdan la fugacidad de las cosas y la importancia de buscar la verdad más allá de las apariencias. Yo tengo fe en que estos personajes pequeños y efímeros, que sirven de ejemplo para conectar camaleón con soberanía, pasarán a la penumbra de la historia y su visible ocaso político dejará cada cosa en su lugar. Porque quienes perseguimos la verdad –que resuena como cascabel en los medios comprometidos– vamos armados hasta los dientes de datos e información, que nos protegen la espalda y nos ayudan a reconocer a esos camaleones.
La soberanía, finalmente, es un concepto escurridizo y menor que nos impide ver la complejidad del mundo. Para comprender los fenómenos globales, quisiera poder ir más allá de las etiquetas y analizar las relaciones de poder concretas que subyacen a cada discurso sobre la soberanía. Por ahora, antes de aventurarme a un juicio moral, iré de nuevo a beber del buen periodismo. No a la mera invocación de un mito envuelto en una bandera.
”Aunque tú cambies de color
Yo siempre sé por dónde vienes Yo te conozco, camaleón. Aunque te enseñe la cara, no te muestra el corazón”.