Cuando somos niños, padres, maestros y la mayoría de los adultos que se nos cruzan, derraman sobre nosotros una catarata de estímulos negativos impresionante.
Jack Canfield, autor de best sellers como “El Secreto” y “Los Principios del Éxito”, encabezó una investigación que arrojó un resultado lapidario: a diario, un niño recibe 460 estímulos negativos o críticos frente a solo 75 positivos. Es decir, que recibimos un 600% más de veces de “no” que de sí”. En un año son 167.900 estímulos negativos.
Con tanta negatividad es lógico que lleguemos a adultos con miedos, dudas y aferrados a falsas certidumbres.
Creo que más allá del mercado, de los planes de negocios y las coyunturas económicas, muchos emprendimientos fallan porque sus fundadores han perdido también la capacidad de actuar como un niño.
Cuando somos niños no conocemos imposibles. De repente un día comenzamos a reptar y sin que nos demos cuenta, días después estamos erguidos y comenzamos a caminar. Casi de golpe, pasamos de balbucear y llorar a hablar… Y así vamos desarrollando habilidades y autoconfianza, a pesar de los «460 no” cotidianos.
Nada nos parecía difícil. Podíamos emprender la defensa del mundo con una frazada sobre los hombros y ser Superman. Con la tapa de una olla podíamos manejar el auto más veloz. Un par de medias enrolladas era la pelota que hace ganar el mundial a la albirroja. Sólo era cuestión de tener una idea para que se haga realidad.
¿Cómo fue que al convertirnos en adultos nos dominan los “no puedo”, “no tengo tiempo”, “no tengo dinero”, “no estoy seguro”, “no es nada fácil”, etc.?
Se dice que todos somos diamantes en brutos, que necesitamos pasar por intensos procesos de pulido para brillar con intensidad. Podes tomar las dificultades como una oportunidad para dejar fluir tu luz o como un black out para ocultarla. Depende solo de vos.